“Ahora, vamos a cantar unas canciones tradicionales de aquí.” Eran las once y media de la noche y recientemente había terminado la cena. Había estado en el calor de 37 grados todo el día, y me había faltado la siesta. Y solo había hablado en Español, sin ninguna palabra de inglés, por todo el día.
Salimos pocas horas antes en coche. Recuerdo que salí de mi casa a las nueve de la tarde y el sol todavía estaba en el cielo. El sol poniéndose ya había pintado el pueblo, y todas sus partes–sus iglesias de estuco y caliza, sus ladrillos rojos y torres altos–doradas. Debajo del sol anaranjado, mi familia española y yo estuvimos conduciendo del pueblo a los campos de abajo, con la radio puesta con música pop española.
El paisaje no parecía tan interesante desde arriba en el pueblo. No era tan verde ni montañoso como el paisaje que habíamos visto en Galicia. Era una meseta seca, con tantas zonas amarillas como verdes. Pero cuando bajé por la calle sinuosa de adoquín y llegué a la base, me di cuenta de que en realidad el paisaje era algo de una tarjeta postal. Desde la base de la colina pude ver el pueblo en toda su grandeza. Imagínate como se sentían los ejércitos medievales cuando miraban los precipicios enormes de rojo y los edificios lujosos subiendo en medio de kilómetros y kilómetros de campos. A lo mejor se darían cuenta de que sería extremadamente difícil subir los cañones y vencer a un pueblo tan rico y precioso. Pero si hubieran tenido móviles, se habrían visto obligados a parar para hacer una foto.
Mirando desde las calles del pueblo es dificil distinguir entre los campos amarillos–los campos de cereales y los de girasoles parecen iguales. Pero hay una gran diferencia entre los dos. Hay un lugar dónde la vista de los precipicios y el pueblo arriba parece subir de un mar de amarillo. Cada vez que pasábamos por este sitio, mi familia me preguntaba si quería parar el coche para tomar una foto. Nunca quería ser un turista molesto así que siempre decía que “no.” Ahora, he googleado millones de variaciones de las palabras “Zamora girasoles,” y ya no he encontrado este lugar. La única foto que tengo está en mi mente. Ojalá que no se desvanezca nunca.
Bueno, condujimos por kilómetros de girasoles y finalmente llegamos a las diez menos cuarto. El destino fue la finca de las primas de mi familia española, y estuvimos allí para celebrar el cumpleaños de una prima. Naturalmente, estaba entusiasmado y nervioso. Esta oportunidad quizás iba a ser la más inmersiva del viaje, y tenía muchas ganas de conocer a la familia extendida. Sin embargo, sabía que la fiesta me iba a ser muy difícil. Y tenía razón. Necesité responder a millones de preguntas de personas diferentes, y no pude oír bien sobre el ruido de los platos moviendo y de muchas conversaciones. Y, lo creas o no, a pesar de mi cansancio aún estaba ansioso para salir con mis amigos del programa y sus hermanos españoles al discobar local. Pero, los españoles nunca tienen prisa para terminar la cena. Aunque estaba disfrutando la comida y la compañía, estaba listo para irme.
Cuando finalmente creí que la fiesta había terminado, la familia decidió cantar las canciones tradicionales de Castilla y León. Algunas personas se quejaron; querían salir para casa. Hubiera esperado que la canción fuese como un canto: sería ruidosa, divertida, y enérgica, pero no bonita. Y entonces empezaron a cantar.
"¡Cómo llueve por Bardales, Tío Babú, tío Babú, tío Babú!"
El sonido de la armonía perfecta de dos partes llenó el cuarto como una oración en una catedral. No sabía nada de esta canción, pero me gustaba imaginar que ellos la aprendieron de sus padres, que la aprendieron de sus padres, y así sucesivamente. Ellos la cantaron como si estuviera en su sangre, heredada por generaciones que también vivieron en este pueblo natal. No faltaron ninguna letra ni nota, ni estropearon la armonía. Cantaron con la habilidad de un coro, pero con el amor de una familia. Cada persona se miraba mientras cantaba y sonreía. Sin poder entender la letra, sabía que esta canción era especial para la familia.
En el momento que comenzó la primera canción, me olvidé del cansancio y de mis anhelos para salir para el disco, hablar inglés, y comer más verdura en lugar de jamón. La gran mayoría de mi tiempo en España fue perfecto. Pero, hubo algunos momentos de frustración. Hubo momentos en los que la última cosa que quería oír fue una palabra más del español. No había muchos, pero todavía existían. Momentos como el de oír el canto de mi comunidad de acogida Toro me recordaban de la razón por la que vine a España con LITA. Quería la experiencia inmersiva, no el itinerario de Condé Nast Traveler. Esta experiencia en la finca no existe en las páginas de esta revista, ni en ningún otro.
Ellos cantaron cuatro o cinco canciones más durante la cena. A veces me invitaron a cantar una armonía con ellos. Esta vez, no fui tan simple como para olvidar a grabar. Mi memoria y una foto a través de la ventana sucia del coche de mi familia son bastantes para recordar la vista de los girasoles. La mera memoria que tengo de estas canciones no es suficiente. Hace falta escuchar a los videos para recordar y apreciar su belleza. Y lo hago con frecuencia.